La Selección logró un triunfo épico frente a Brasil. Después de 28 años, festejamos esta hazaña inolvidable. El sueño de Messi, de todos.

El país es un abrazo apretado, es Messi con Di María y Agüero, es Scaloni con Aimar, Ayala y Samuel, son los Martínez con los Romero, los Paredes con los De Paul, los Acuña con los Montiel, los Rodríguez con Lo Celso, sos vos con tu hijo que que te pide que lo lleves al Obelisco, son la generación Messi que por fin puede ver campeón a su ídolo y sentirse campeones ellos. Es Messi en el aire, revoleado por sus compañeros que cantan que de la mano de «Leo Messi todos la vuelta vamos a dar».

​ Es el final de una historia, es el comienzo de otra. Argentina se quedó con la final de la Copa América, Argentina logró un Maracanazo, basta de imágenes tristes, basta de comer tanta mierda. La Selección levanta la copa, Brasil la mira, Messi es el rey en la tierra de ellos. Messi acaba de convertirse en eterno (si es que ya no lo era) para subirse al pedestal de la gloria. No es un Mundial, obvio, pero ganarle una final a Neymar, en su casa, a Bolsonaro que dijo que nos hacían cinco, lo hace parecer bastante a una Copa del Mundo.

Chau sequía, chau 28 malditos años, chau 18 torneos sin poder besar la copa, chau cinco finales perdidas. Empieza una nueva era, una nueva estadística, empieza la vida en la que no hay generaciones sin vueltas.

No hay pandemia que pueda frenar esta emoción, son tantos años de frustraciones que hay abrazos del alma que no entienden de virus. Si el fútbol siempre fue mucho más que un deporte para los argentinos, una actividad en la que siempre buscamos que Messi o Maradona nos entregaran las alegrías (o soluciones) que no dieron los políticos de turno, en medio de este caos mundial esta alegría supera muchas barreras, calma angustias, exalta corazones.

Fuente Olé

 

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